CANCHITAS
Por Luis González
Para mis hermanos/as Catangues.
A los tres años salí de una villita de Soldati y me fui a vivir a Catan.
Ahí viví un par de décadas.
Primero en Caning y cuyo.
Dopo en totoral y Simón Peres.
Mas luego en Jachal, (casi el culo del mundo).
Y finalmente con mis viejos cuidando una quinta en Sanabria y Libres.
En eso 20 años y monedas vi como el barrio pasaba de ser un pueblito de campo a una increíble megalópolis.
Viví y sufrí la deforestación aberrante del campo de julio Korn.
Y me sentí avasallado cuando las tribus nómades de virrey del Pino se quedaron con parte de nuestra grandiosa y fértil tierra.
En ese tiempo jugué en muchas de las canchitas que había en el barrio.
Solo voy a mencionar a aquellas en las que con el equipo del Indio Carapalida jugamos imborrables partidos.
La canchita del Mono, Coto y el gordo Erro.
Estos tres tipos, como dios, eran uno.
Eran la base de un equipo que iba rotando sus jugadores, pero ellos tres eran inamovibles.
El Mono jugaba muy bien al fútbol.
En esa época se destacaba en boquita el pibe Marcelo Trobiani. Además, en los fulbachos se utilizaba ir relatando la jugada a medida que se llevaba la globa, (esta moda vuelve el sábado!!!!), por lo que el Monito cuando tiraba una gambeta iba gritando “la lleva Marcelo, Marcelo” (un capo).
Coto también la escolaceaba.
Me acuerdo que hablaba con una voz de pito que se afina hasta al hartazgo cuando le pedía el balón al gordo Erro, algo así como “tocala gordo, tocala”, (léanlo con voz aflautada de castrati) (bolú te tire castrati, anota).
El gordo Erro era el menos virtuoso, con lo cual muchas de la veces terminaba en el arco, y cagando a puteadas a todos.
Aun así, era el alma de l equipo.
Ellos tenían su estadio en la esquina de General Rivas y Esmeralda.
Desgraciadamente para los 80 ya había desaparecido.
La cancha de Caito.
Esta cancha llevaba este nombre porque quedaba al lado de la casa de Caito.
No te miento si te digo que los corners se tiraban desde el patio de la casa.
Si bien Caito era el referente del lugar, al equipo lo piloteaban los hermanos Iriguren.
Juanito, el Flaco, y el hermano mas chico del cual no recuerdo su nombre (el olvido hace justicia con su poco tino futbolístico).
Mezcla de paraguas con vascos, esas mixturas que solo se dan en los barrios de emigrantes, los Iriguren estaban tocados por la varita mágica.
Juanito era medio sopeti, pero jugaba como la putísima madre.
Una gambeta endemoniada, mas una pegada lacerante.
Podría haber jugado el solo.
Juanito y un par de lavarropas al lado.
El falco Iriguren era alguien medio parecido, físicamente y futbolísticamente al Muke cuando estaba vivo.
Un tipo con una elegancia para el manejo del balón que hacia las envidias de todos.
El hijo de puta hacia una jugada increíble.
Venia corriendo con la pelota pegada al pie, y cuando salías a marcarlo, el chabon se paraba encima de la pelota ¡se paraba encima! Giraba sobre la misma y te pasaba como a un poste, mientras vos no sabias si matarte o pararte a aplaudirlo.
El mas chico solo jugaba por portacion de hermanos, solo por eso.
La cancha de Caito estaba en… y Caxaraville.
La canchita del Viejo Barreto.
Vamos con el Viejo Barreto primero.
El viejo hacia años que no jugaba al fulbito, pero tenía una especie de bar al lado de la canchita, con lo cual se volvía el referente del lugar.
El viejo era un personaje.
En el bar tenia una mesa de billar a donde íbamos a tirar unas tacadas casi todos los días.
Cada vez que llegábamos el viejo te encaraba y te decía (me decía), “Gonzale, Gonzale, dame una, dame una”, es decir, que el muy guacho siempre te pedía una línea, (línea de billar, no de blanca, putin), para jugarte una partida.
Una vez en el partido, el viejo empezaba a gritarle a la mujer, “Mari, traeme un blanquito”, tras lo cual, aparecía la jermu con un vaso de tamaño fantástico, lleno hasta el borde de vino blanco, soda y hielo.
Y encima cunado vos pedías un blancati, te lo traían en un vasito de cumpleaños.
Los que armaban el fulbito eran los hermanos Sánchez.
Olí y el Pela.
Olí era mas grande que nosotros, y el Pela, junto con el Loco Murphy y el Pato Domínguez, eran compañeros de grado nuestro en la 159.
Los pibes trataban más que bien a la golosa.
Nosotros los castigábamos seguido.
Lo más sacado se daba cuando empezaban a perder. Olí, que jugaba muy bien al fútbol, empezaba a ponerse loco y se acercaba al hermano, primero despaciosamente y después como un animal, y lo cagaba a escupitajos, con lo cual el partido llegaba a su fin.
El Pela estuvo en Malvinas.
Al Olí lo veo de vez en cuando acá por los Tapiales.
La canchita estaba en Sáenz y…., pegada a las vías del tren.
Nuestra canchita.
Durante muchísimo tiempo nosotros no teníamos una cancha propia.
De ahí que anduviésemos deambulando por las otras canchitas del barrio.
Cuando teníamos que hacer de local en algún partido importante, nos íbamos hasta el colegio de los Curas (el Lasalle), es decir, que hacíamos de local en una cancha que estaba a mas de 3 kilómetros de nuestra casa. (Si bolú, si yo estoy en el medio, todo tiene que ser un tanto enquilombado).
Como no teníamos estadio propio armábamos los fulbitos en la calle.
Como no se bien porque carajo en Catan hicieron el asfalto antes de que los humanos se parasen en dos piernas, nuestra calle no era la típica de barro y zanjones, sino que era de bruñido asfalto. Asfalto jamás pisado por auto alguno.
Según el humor de los vecinos, que siempre puteaban por los gritos y el bardo, nos íbamos mudando de cuadra.
O jugábamos en Cuyo, entre Caxaraville y Tranway. O nos mudábamos a la vuelta, es decir, sobre Tranway, entre Cuyo y Simón Peres.
Lo que mas me acuerdo de esa época eran los interminables campeonatos de cabeza con pecho que nos jugábamos en el verano.
Una tarde, reventamos un alambre y nos metimos en un campo.
Íbamos el Tano Filio, Jorge fuentes, Armado Galarza y yo.
El terreno estaba en una cortada.
Al principio solo daba para un pateo y mareo, pero de a poco fuimos cortando el pasto hasta que quedo una canchita para jugar de seis.
Una vez le armamos una tribuna de madera que apenas duro un día, ya que se afanaron los tablones para armar un rancho.
Una tarde llegamos a la cancha y vimos, con lo ojos llenos de lagrimas, como una topadora (en realidad una champlia), abría las dos calles, Cuyo y Totoral, que pasaban por el field.
Ahí la canchita cambio totalmente.
Si bien perdíamos una parte de tierra a lo ancho, lo ganábamos a lo largo.
Esta cancha aun existía cuando nosotros ya no jugábamos más en ella.
Me acuerdo de dos cosas.
En un lateral, haciendo las veces de línea, había un alambre de púas. Nunca, pero nunca, vi a nadie quedar ensartado en el mismo.
Y en ese mismo lateral, había una piedra de tosca marca cañón, si la pelota tocaba la piedra, inmediatamente se cobraba angol.
La canchita quedaba a la vuelta de casa, en Totoral y Tranway.
Era como casa.
Solo volví a sentirme así cuando con El Clande copamos el Mimara (vamos por la vuelta).
Les dejo un abrazo.
7 comentarios
THE HUNTER -
LUIS, NOSOTROS NO TENEMOS LA CULPA SI NACISTE Y TE CRIASTE EN EL LODO. SI EXTRAÑÁS TANTO DEJÁ TU PALACIO DE ALDO BONZI Y VOLVÉ A REVOLCARTE EN LA MUGRE (A LA MEDIA HORA ARMÁS EL BOLSITO OTRA VEZ Y VOLVÉS A LA HAMACA PARAGUAYA, LA PILETA, EL QUINCHO, Y QUE NO TE MOLESTE NINGÚN CABECITA CATANCERO)
christian -
UNA BELLEZA QUE RECUERDO.
GENERAL CLANDESTINO -
christian -
UN ABRAZO
LUIS -
Morgado -
gerardo -